No consumo lácteos porque soy madre. Ésta es mi historia.

Saber que iba a ser madre, hace 19 años, fue uno de los mejores (¡y más aterradores!) momentos de mi vida. Pasé nueve meses nutriendo mi cuerpo y al bebé que lo habitaba. Vi mi vientre crecer y sentí a mi bebé patear por primera vez.

Incluso antes de que mi hijo naciera, sabía que haría cualquier cosa para protegerlo. Iría a los confines del mundo para que no sintiera dolor. El amor que siento por mi hijo es tan fuerte que moriría para mantenerlo a salvo.

Por eso me niego a consumir productos lácteos.

La forma en que la industria de los lácteos trata a las vacas mamás es suficiente para que a cualquier madre se le revuelva el estómago. ¿No me crees? Sigue leyendo.

Para que produzcan leche, las vacas son continuamente inseminadas en sucias granjas industriales. Sienten que su bebé crece en su vientre, como yo lo hice con el mío, pero nunca podrán criar a sus hijos.

Si mi hijo y yo fuéramos vacas, me lo hubiesen arrebatado inmediatamente. Yo habría gritado al empleado de la granja para que se detuviera y hubiese corrido tras ellos hasta donde pudiera. Al dejar de ver a mi bebé, habría seguido bramando para que volviera. Él se habría ido y nunca volvería.


Durante los siguientes días, él estaría confinado en una jaula diminuta y lloraría en vano para que yo lo consolara. Él lloraría de hambre, pero yo nunca podría amamantarlo porque los humanos roban mi leche para venderla.


Mi hijo nunca vería la luz del sol ni jugaría con otras vacas. Nunca sabría cuánto lo amo. Sólo sabría de la tristeza, el dolor y la crueldad.


Después de dos semanas, sus gritos se detendrían. Lo sacarían de la jaula y lo degollarían al cumplir sólo dos semanas de nacido. Su cuerpo sería desmembrado para ser vendido a los supermercados como “ternera”. Eventualmente, se convertiría en la cena de alguien.

Las vacas hembra nacidas en la industria de los lácteos padecerían este mismo ciclo. Mi hija viviría la misma angustia que yo sufrí. Vería que le roban sus bebés. Y vería a sus hijas llorar por sus crías. Éste sería un día normal en la industria de los lácteos.

Al ser incapaz de tener hijos o producir leche suficiente, al igual que yo, sería transportada a un destino horrendo. Si tuviera la fortaleza necesaria, caminaría hasta el camión repleto de vacas. De lo contrario, los empleados usarían cualquier método a su alcance para hacerme mover.


Si me negara a moverme, me arrastrarían …


…y, eventualmente, sería asesinada. Habría muerto sin poder proteger a ninguno de mis hijos, dejando atrás a hijas que no conocerían nada diferente. El ciclo continuaría.

Tuve la suerte de pasar 19 años de mi vida criando y protegiendo a mi hijo. Y creo que todas las madres, sin importar su especie, merecen criar a sus hijos libres de sufrimiento y miedo.

Si estás de acuerdo con esto, entonces considera dejar fuera de tu plato los productos lácteos y otros derivados de la explotación animal. Haz clic aquí para obtener más información y aquí para ver una lista de deliciosos sustitutos a base de plantas.